Burocracia, psicopatía y patriarcado

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En esta nota de opinión, Daniela Fariña nos convoca a pensar para actuar. El tema, la burocracia y la militancia  como escalón hacia un Statu Quo que torna la política y la militancia en ineficiencia práctica e institutiva: son el síntoma del ego que disfruta sometiendo. En ello, se infiltra (casi) de manera instintiva una ideología tácita de poder, impúdica muchas veces, desde lo más bajo del instinto de rapiña. Se hace necesario hacer de lo inteligente, lo bello, lo capaz -furgón de cola. Molesta lo indomable. Molesta lo insumiso. Molesta la mujer, lxs militantes (a veces también los hombres) comprometidxs con la acción militante, con la acción transformadora de las cosas en un tiempo y a lo largo del tiempo. Sobre las historias en sucesión, se reitera una idiosincracia idiota: el patriarcado de lxs impotentes (sobre todo morales), de los hacedores del pavor ajeno. De la mediocridad sin ideales revolucionarios, ni respeto por “el/la que hace”. Leélo, una radiografía conocida.  

Por Daniela Fariña para Argentina en Red

¿Por qué debería molestarte la burocratización? ¡Porque es la escalera de ascenso al poder para los psicópatas! La burocracia suele ir de la mano con la lógica de la mentira. Hay quienes usan su posición para consolidar poder, negándose a ampliar convocatorias o a comunicar de forma masiva. El síntoma: un progresivo deterioro humano en los espacios colectivos. Surgen la competencia entre mujeres cosificadas, traiciones solitarias, silenciamientos, concentración de decisiones, roscas tóxicas, y la naturalización de violencias cotidianas que funcionan como mecanismos de exclusión —bullying, ninguneo, estereotipos, chivos expiatorios— y boicots a quienes no se prestan a ese juego.

Todo eso es patriarcado infiltrado. Se filtra en el discurso, en los vínculos, en las formas de habitar el poder. Tan de a poco, que pasa inadvertido.

Los espacios políticos nacen con fuerza, pero mueren por no generar participación real. Hay miles de personas dispuestas a militar, pero no se las convoca. La apertura queda filtrada, controlada, y siempre frenada por los que están más arriba. Por miedo. Miedo a perder poder, simple y crudo. Por eso, cuando algunos extrañan a Néstor o a Evita, siento que han perdido la memoria de quienes promovían la participación genuina. Eso hoy casi no se imita.

Las y los nac&pop seguimos acá. Muchos caen en la tristeza, sin saber en qué creer. Lo vi, lo viví. Porque para la maquinaria burocrática, “menos es más”: menos voces, más control.

Desde que aprendí a leer —o antes, rescatando animales, tarea que nunca solté— milité con la intensidad que me dan el contexto y mi libertad. A los 13 ya estaba en comedores, colectivos culturales, centros de estudiantes, medios comunitarios, asambleas ecologistas, bachilleratos populares, movimientos campesinos, organizaciones grandes, sindicatos. Hoy, me sostienen mis pasiones en la comunicación.

Tengo cientos de ejemplos personales donde la búsqueda colectiva terminó con el corazón roto. Trabajos valiosísimos fueron silenciados por herir egos. Soy deterioro ejemplificante, podría decir. Lo que me enfermó fue la impunidad. Años tardé en comprender por qué al trabajar sin dormir por días, haciendo lo mejor posible, recibía maltrato en vez de gratitud. Me llevó tiempo entender que ese esfuerzo, desinteresado y democratizante, era visto como una amenaza. Se llama violencia política. Pero dejó de nombrarse.

Esa militante está haciendo mucho ruido… Trabaja tremendo. Me molesta. Ya sabés cómo es ésto… Mandale a Ramirito que se encargue. Esa es violencia política.

Algunas personas canalizan su entrega en el arte, en la docencia, en tareas de cuidado, en el reciclaje, en la lucha contra la desigualdad. Pero esa nostalgia de la unión que nos falta persiste. Esa certeza de que otra forma era posible, sigue viva. Y la burocracia es en parte responsable de que no lo logremos. Nos arrebata el protagonismo.

Hoy se impone la lógica de que militar es sólo marchar. Pero así se vació el gran pueblo organizado que nació en 2001. Éramos ejemplo internacional. Hoy esa construcción tambalea.

Las asambleas surgieron como respuesta al hartazgo frente a este proceso de tecnocratización. Pero la rueda volvió a girar, desde la era de Alberto hasta hoy. El resultado es claro: ausencia de interlocuciones, y el terreno fértil para las y los manipuladores.

El entorno nos moldea. La no delegación, el ritmo de 24hs sin parar, los entornos cargados de violencia simbólica, terminan generando trastornos emocionales. Así, quienes no eran neoliberales en sus prácticas, ceden. La lógica se impone, se convierte en costumbre.

Las personas que nos rodean cambian bajo presión. Se queman. Y al final, junto a los peores, terminan priorizando lo individual por sobre lo común. Porque los rasgos psicopáticos seducen: resisten injusticias porque disfrutan de la desigualdad.

Así de fuerte: desde el mismo lugar desde el que se llega a la pedofilia, se llega a la burocracia. Porque ambas implican disfrutar del sometimiento. Por eso, es tan peligrosa. Es lo contrario a la democracia. Es hija del ego capitalista y patriarcal que anida en cada uno de nosotros. Ese que nos quita la empatía, que contamina, que nos distancia. Y al que venceremos.

Venceremos cuando nuestros espacios de militancia sean verdaderamente democráticos. Cuando los roles roten, cuando nadie pierda su vida personal por comprometerse. Cuando usemos la tecnología para distribuir tareas, para decidir juntos. Cuando nos reunamos detrás de proyectos, no por la lucha de cargos. Cuando pongamos nuestra fuerza en reparar lo roto.

Hay que democratizar desde la raíz.

Ya lo decía Evita en sus últimas palabras:

“Para que no haya luchas de clases, yo no creo (…) que sea necesario matar a todos los oligarcas del mundo. No, porque sería cosa de no acabar jamás, ya que una vez desaparecidos los de ahora, tendríamos que empezar con nuestros hombres convertidos en oligarcas, en virtud de la ambición, de los honores, del dinero o del poder.”

Eva Perón

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