Éste es un intrigante espacio en suspensión. Un breve lapso contundente en el que conviven diversos tiempos -tiempos que se sobreimprimen y que coexisten en el silencio y en la contaminación habitual atravesada de desmemoria por una única especie-. Las cañerías traslapadas, la memoria de los objetos; el silencio ruidoso de la intuición que acaricia el vidrio (que cubre una mesa variopinta de metal). Adivina la ilusión de ese lugar: desde ese lugar hay quienes temen (lo desconocido), juzgan (lo desconocido), castigan (lo desconocido), tal vez también no sin sentir o presenciar su derrota ante el Uno y el Mismo.
¿Sienten y escuchan lo que yo escucho al apresurar la presencia de los recuerdos? ¿Sienten y escuchan la paz, la guerra, la paz? Esa ausencia se intercala a través de intersticios -siempre, siempre, casi de forma continua.
Es la experiencia que intermedia y traduce nuestras vidas: Palabras… /otras formas de lenguaje…/ –Palabras inquietas.
La Palabra Inquieta con Ariel Pavón1 para Argentina en Red
Audio con los poemas al final del artículo
Desde finales de los años ’90, Martín Rodríguez viene desplegando una escritura multiforme que va de la poesía al ensayo, pasando por el artículo periodístico que se completa con su participación como columnista en diversos medios audiovisuales. En toda su facetas, reaparece la misma preocupación por el que acaso sea el asunto fundamental de toda política: la desigualdad social, es decir, no biológica, no étnica, no cultural -social, es decir, construida- sostenida-justificada y hasta ponderada por los sectores privilegiados. Como comunicador, Martín Rodríguez, la señala directa o indirectamente e interpela sobre esa desigualdad social a aquellos cuya situación le permite sentirse fuera de peligro. ¿Qué hay de los otros, qué hay de aquéllos cuya condición de vida es la vulnerabilidad? Su lugar social, el desamparo. Porque las diversas capas del tejido social que nos sostiene, sostiene también las oportunidades que ni siquiera entran en el horizonte de expectativas de otros. ¿Deben resultarnos aceptables esas diferencias?
De toda su producción, acaso sea la poesía la menos difundida. Porque la poesía circula siempre en ámbitos reducidos, modestos. Huraña y escriba introvertida la poesía, alza la voz como si sólo pudiera hacerla llegar al corazón sin pasar por los oídos. Y la poesía de Martín Rodríguez tiene una capacidad perturbadora que en efecto consigue decir lo que está más allá de lo que el ensayista o el columnista puede comunicar.
Los primeros poemas de Agua Negra (1998) y los de Lampiño (2003), (que exploraban los oscuros rituales familiares), derivan en libros posteriores como Maternidad Sardá (2005), Paniagua (2005), Paraguay (2012) y Ministerio de Desarrollo Social (2018) hacia los interrogantes sobre la posibilidad de comprender y transformar el lugar simbólico de los desposeídos. Con poderosas imágenes Martín Rodríguez que en Poesía mundial recopila la mayoría de sus libros, nos compele a ver, nos lanza más bien a la cara, las esquirlas de una realidad que a nuestro alrededor no hace otra cosa que estallar y estallar.
Poemas de Martín Rodríguez
Saravá
Corté la cebolla. En el corazón palpitó, le detuve de llanto atragantado. La había comprado y ya venía llorando en la bolsa. Parece que hubo un malparto, se perdió toda la sangre. Se escuchó aullar celoso -la respiración araña en las paredes y las cebollas empezaron el llanto, el olor de la nube acongojada que bordea y toca todo. Yo la compré para llorar. Yo lloro también pelando huevos, pero a los huevos en el atardecer, el gallo felino los picoteó para que se eleven sus espíritus. Pero la cebolla es la contención, capa sobre capa, de un ardor retenido en la lengua y los ojos. La cebolla de afuera toca a la cebolla de adentro.
Algodón
Ante la inminencia de la muerte es común que un niño salga brotado,
negra la piel con el pelo blanco -está mejor preparado para la guerra
porque sabe que su cuerpo no le pertenece.
Lo cedió a una fuerza mayor, de manera que la guerra
debería decidirse con el empleo de niños y
no la estupidez de ceder la mejor sangre madura.
Preguntas
¿Dónde están? Los que no fueron a la guerra.
Quedaron congelados, diminutos, tapado por cenizas.
Quedó uno adentro de un estanque.
Quedó otro adentro de una campana.
Quedó otro dormido en una bota.
Quedó uno adentro de un cordero.
La guerra golpea una sola
vez
tu puerta.
Quedó uno debajo de una hoja
y se alimentaba con hormigas.
Quedó uno parado junto a un palo.
Lo raquíticos que estaban
todos haciendo shhhhh con el dedo en los labios.
Trabajador Social
En los apuntes, el trabajador social escribe: ¿los trabajadores sociales son los psicólogos para pobres? ¿La educación popular es la educación formal para pobres? ¿La economía popular es la multiplicación de los pobres? Los pobres no tienen inconsciente. Los pobres no tienen para representaciones. Los pobres no sueñan. Los pobres no desean el Evangelio. Todos los pobres son buenos. Todos los pobres son buenos. Sí, reconozco mi derrota ante el alcohol- dice uno en la reunión. Todos los pobres son buenos. Estoy loco -dice uno- como una cabra. Ronda de pobres en el zoom. La trabajadora social abraza al violador, al pedófilo, al que hirvió la mamadera y se la puso en la boca al nene, al que quemó el colchón, al que dijo que vio a Cristo en la aureola de orín del colchón mientras se quemaba. La trabajadora social, abraza al que le pide una entrevista en el centro de salud, comunitaria. Ella lo abraza porque abraza absolutamente toda la carne sufriente de la República Argentina, que incluye claro, a extranjeros.
Saludo
Saludo. Saludo a los condenados a cadena perpetua. Al policía que pone la rodilla sobre la pared y juega al Candy Crush. Saludo al mozo, al hombre empanada que para en la plaza a comer del tupper, arroz con pollo frío frito. Al condenado a arresto domiciliario. Saludo al hijo de padres separados sentado al fondo del aula esperando que lo llamen del gabinete psicopedagógico. Al profesor de música que viaja en tren con el pulóver andino, una guitarra criolla abrazada entre las piernas. El tren que lleva a los condenados a la silla eléctrica, los condenados a morir bajo la gota de agua gota que cae una tras otra sobre la cabeza del profesor de música: su guitarra, con paciencia, su condena: despacio soportar la nota de la gota en su cabeza: do sostenido. Saludo al de la cola de la farmacia que acompaña a la vecina a la inyección. Saludo al condenado de la tierra, al condenado con la condena en suspenso, al remisero, al repartidor de tarjetas de prostitutas del centro condenado a la clandestinidad sin madre, sin padre. Suerte, amigo, tu primer día de trabajo, a prueba. Saludo a los condenados, a menos de tres años los que cumplen condena y no alcanzaron a pagar los honorarios. La terapia, la terapia de pareja, clonazepam, para no llenar, para no llevar las cosas hasta el fondo. Tortura de la gota. Los condenados a prisión domiciliaria tocan la guitarra como si estuvieran arriba de un tren que lleva las cosas a la solución final. Ganado o perdido, el tren, todo tren. Condenados en el tren.
El tema del final es de Palo Pandolfo y se llama “Madrigal”. Siento que hay una conexión entre Palo y estos poemas de Martín Rodríguez que hoy les comparto. ¿Será así?
Será Poesía
- Ariel Pavón, creador y responsable de este sí- lugar cuyo cuerpo y mensaje es su voz, su tenaz perseverancia entre narrativas y geografías certeras de lo inesperado, nació en Buenos Aires en 1974. Es licenciado en Letras, escritor y docente. Imparte clases de Literatura en instituciones públicas de educación Media y Terciaria. Coordina diversos talleres literarios. Ha publicado artículos sobre literatura argentina en las revistas Esperando a Godot y Otra Parte. Publicó las novelas Soltar amarras (El fin de la noche, 2009) y Apenas una tormenta (Gárgola, col. Laura Palmer no ha muerto, 2014). En la actualidad coordina el Taller de lectura “Conversaciones Discretas”. ↩︎