Este artículo, escrito por Daniela Fariña, habla sobre "la pedagogía del miedo", estableciendo paralelismos entre la actualidad política de nuestro país, los modos de hacer política preexistentes y denunciando artilugios de relojería que completan el modus operandi de este sistema, como sistema de vigencia del hostigamiento y castigo hacia quienes se manejan desde una suerte de rebeldía ante el panóptico heredado del s. XX.
Por Daniela Fariña para Argentina en Red
I. Introducción: la pedagogía del miedo
Hay cosas que no cambian aunque cambien los gobiernos. Como si existieran resortes ocultos que ni la democracia ni las elecciones logran mover. Ahí están: intactos. Servicios de inteligencia, medios de comunicación, trolls organizados. Todos los días nos dan lecciones. No de historia, no de derechos. Lecciones de miedo. Miedo a hablar, a pensar, a querer. Miedo a decir lo que somos.
Ya no hace falta un cuartel para hacer política sucia. Hoy alcanza con un canal de noticias y una red de trolls. La represión se terceriza. La censura se terceriza. Hasta el deseo se terceriza. En el siglo XXI, la vigilancia se disfraza de cuidado. “Te controlamos porque te queremos”, dicen. Como los padres violentos.

“Te controlamos porque te queremos…”
Hay cosas que no cambian aunque cambien los gobiernos. Como si existieran resortes ocultos que ni la democracia ni las elecciones logran mover. Ahí están: intactos. Servicios de inteligencia, medios de comunicación, trolls organizados. Todos los días nos dan lecciones. No de historia, no de derechos. Lecciones de miedo. Miedo a hablar, a pensar, a querer. Miedo a decir lo que somos.
II. Servicios de inteligencia: la patria secreta
Los servicios no sirven al pueblo. Sirven a un amo sin nombre. Cambian de camiseta pero no de patrón. En los ’50, Perón les dio forma; después, todos les tuvieron miedo. A veces son fantasmas, a veces carne y hueso. Se infiltran, espían, editan, silencian. Son el poder sin rostro que hace y deshace gobiernos. A veces también, hacen y deshacen personas.
¿Quién les dio permiso? Nadie. ¿Quién les dice basta? Nadie se anima. Rodolfo Walsh los conocía bien. Sabía que la verdad no se investiga en oficinas, sino en el barro, con nombres propios. Hoy, esas verdades duelen igual, pero cuesta más nombrarlas. Porque el enemigo ya no usa uniforme. Usa auriculares, algoritmos y anillos de poder.

III. Los medios: el Ministerio de la Mentira
Cuando Jauretche hablaba de “zoncera criolla”, se refería también a esto: creer que los medios informan. No. Los medios forman. Opinión, sentido común, enemigos internos. Son pedagogos de la obediencia, editores del odio.
Se indignan cuando una mujer grita, pero festejan cuando un varón insulta. Se horrorizan con el lenguaje inclusivo, pero hacen humor con la violación. El discurso hegemónico es eso: un corset que ajusta cuando las mujeres respiran y se afloja cuando los poderosos mienten. La televisión no enseña a pensar: enseña a repetir. Por eso, cuando un cuerpo habla distinto, lo castigan. Si es sensible, lo ridiculizan. Si es gordo, lo esconden. Si es pobre, lo criminalizan. Si es libre, lo amenazan.
IV. La guerra por el sentido: redes, trolls y dispositivos de deshumanización
A nadie le importa si lo que decís es cierto. Lo importante es cuántas veces lo repiten. Y ahí aparecen ellos: los trolls. No son solo cuentas falsas. Son la brigada digital del poder. Fabrican escándalos, atacan periodistas, destruyen reputaciones. Trabajan en red, pero no tejen comunidad. Son obreros del odio.
La maquinaria es perfecta. Se infiltran en grupos de feministas, de izquierda, de activistas. Escuchan. Graban. Duplican. Simulan. Inventan afectos, copian discursos, extraen información. Lo llaman big data, pero no es otra cosa que manipulación afectiva.
Te hacen dudar de vos misma. Te acusan de intensa, de loca, de exagerada. Porque una mujer que siente, que escribe, que ama, es peligrosa. Porque cuando el amor es político, se vuelve subversivo.
V. El cuerpo como campo de batalla
La misoginia no es una reacción: es una estructura. No aparece cuando una mujer se equivoca, sino cuando acierta. Cuando denuncia, cuando brilla, cuando no pide permiso. El cuerpo femenino es el primer territorio ocupado por el poder. Se lo vigila, se lo nombra, se lo castiga. La gordura, la tristeza, el deseo, la maternidad, la vejez: todo se vuelve argumento para disciplinar. Y cuando el cuerpo no obedece, se lo humilla. Por eso nos atacan cuando lloramos. Por eso nos desprecian cuando escribimos desde la herida. Porque el dolor que no se domestica es dinamita para el sistema.
VI. Conclusión: ¿Quién vigila a los vigilantes?
Lo contrario del odio no es la indiferencia. Es el amor. Un amor con rabia. Un amor que no se deja convertir en silencio. Nos quieren frías, dóciles, distraídas. Pero seguimos escribiendo. Aunque nos espíen. Aunque nos ridiculicen. Aunque nos borren de las pantallas.
Como Walsh. Como Jauretche. Como tantas otras que escribieron con el cuerpo. No para ganar un premio. Para no volverse locas. Para no volverse obedientes.

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