La guerra y la comunicación van de la mano tanto en el desarrollo tecnológico, como en la necesaria construcción de consenso para su disolución. Lo fundamental de los conflictos bélicos siempre ha sido comprender el negocio de la comunicación paralelizado al de las armas, y al saqueo de recursos. Por eso, una paloma mensajera significa la paz, porque la comunicación es la que trae también la solución. Siempre existe un caudal de argumentos y otro caudal de silencio para justificar tanta muerte.
Por Daniela Fariña* para Argentina en Red
Ig. @argentintiti
Me atrevo a hacer un análisis crítico de una charla argentina acerca de la creciente violencia disfrazada de conflicto en medio Oriente. Mi intención es hablar del tratamiento de estas noticias a partir de un programa, sin mencionar a los participantes. El muestreo alcanza debido a que la comunicación está tan concentrada, que podemos a través de una experiencia hablar de la mayoría de los discursos andantes.
En un panel reciente sobre geopolítica internacional predominado por voces masculinas y una tibieza alarmante, quedó en evidencia una operación discursiva peligrosa: la normalización del horror. Bajo la apariencia de análisis objetivo y diplomático, se instalaron ideas que legitiman la guerra y el genocidio, se omitieron conflictos centrales y se escondieron detrás de silencios los temas que más deberían preocuparnos como humanidad.

Uno de los puntos más graves —y más invisibles— es la falta total de vínculo entre las guerras por recursos en otros territorios y la amenaza sobre los nuestros. Si se acepta que Estados Unidos bombardea por petróleo o “seguridad estratégica” en Medio Oriente, ¿por qué no pensar que esa misma lógica pueda operar en Argentina? ¿Acaso no vemos los incendios reiterados en el sur, el interés creciente por la Antártida, o el silencio sobre nuestra soberanía energética? La guerra que se acepta en otras geografías también puede volverse local. Pero ese lazo no se dice, no se piensa. Y en ese hueco, se cuela la resignación.
La guerra que se acepta en otras geografías también puede volverse local
Se desestimó, por ejemplo, el rol de las instituciones internacionales, como si los organismos multilaterales no tuvieran ninguna utilidad. Una afirmación que contradice directamente los compromisos firmados en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que promueve la paz, la justicia y la solidez institucional como pilares fundamentales (ODS 16). Ignorar estos marcos no solo es irresponsable, sino que habilita formas de excepcionalismo que derivan en violaciones masivas de derechos humanos.
Tampoco hubo un reconocimiento real del conflicto creciente en Latinoamérica. Se habló de una “moda del conflicto”, una frase que banaliza las luchas sociales y niega la escalada concreta de crisis políticas, económicas y ambientales que atraviesan nuestra región. No se consideró, por ejemplo, cómo la concentración mediática, la trata de personas y el saqueo de recursos naturales configuran un escenario de violencia estructural que también merece atención internacional.
En relación al conflicto Israel-Palestina, se omitió completamente una distinción central: la diferencia entre judaísmo y antisemitismo. Esta omisión no es inocente. Permite blindar al Estado de Israel frente a cualquier crítica, escudándose en la historia de un pueblo oprimido para justificar crímenes actuales. No se puede seguir utilizando el pasado del pueblo judío como escudo para ocultar una política de apartheid y ocupación sistemática. Esa confusión deliberada bloquea la denuncia legítima y silencia a quienes defienden la vida.

La resignación se dio también en esperar el genocidio como solución. No hay contexto histórico que justifique la aniquilación. Y sin embargo, esa es la lógica que se impone cuando alguien afirma que “los conflictos terminan cuando uno gana”. Es la antesala de la destrucción total de un pueblo. En este caso, el palestino.
Pero lo más escandaloso quizás sea lo que no se dice:
- No se mencionan los autoatentados.
- No se denuncian las campañas de prensa ni la manipulación mediática.
- No se habla de las tecnologías aplicadas al control social.
- No se menciona la trata de personas ni la violencia sexual en contextos de guerra.
- No se habla de cómo, justo cuando estalla el conflicto Irán-Israel, las mujeres vuelven a luchar por quitarse el velo.
- No se habla de la crisis climática, de la contaminación, del agotamiento planetario.
No se habla de lo que importa.
Se minimizan las amenazas de Trump como si fueran exageraciones sin efecto. Se ridiculizan las alertas sobre armas nucleares, a pesar de que siempre fueron una coartada geopolítica. Se ignora el peligro de que Argentina haya abandonado su neutralidad histórica y con ello, se exponga a represalias internacionales. Y lo más terrible: no se lamenta la muerte lo suficiente. No hay duelo, no hay compasión, no hay límite. Solo cálculo.
Y, sin embargo, hubo una frase que lo dejó todo expuesto:
Uno de los panelistas sintetizó la tricotomía imposible que enfrenta el proyecto israelí actual:
1. Ser un Estado judío.
2. Anexar los territorios ocupados.
3. Sostener una democracia.
Tres objetivos que se anulan entre sí, y cuya única forma de coexistencia parece ser a través del asesinato de millones de personas. En eso concurrió la honestidad a mostrar la trilogía de intereses, sin dejar de omitir la presencia de otro tipo de soluciones posibles.
Conclusión:
El verdadero enemigo es la censura. De entre todos estos silencios, el más peligroso es la censura. No la censura abierta, sino la que se disfraza de análisis moderado, la que ordena el discurso por omisión. La que no prohíbe, pero encuadra. La que no reprime, pero decide qué sí y qué no entra en la conversación pública.
Ese fue el efecto real del panel: ofrecer un marco “profesional” para que no se diga lo urgente. El panel fue tibio y fue horrible. No por lo que se dijo, sino por lo que no se dijo. Y en un mundo donde el horror avanza mientras los micrófonos callan, el silencio ya no es neutral: es cómplice.

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*Productora audiovisual, periodista de investigación, especialista en comunicación convergente y diplomada en legislación de medios