La Sociedad Rural Argentina, Milei y “el Olor a bosta”

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Hay veces que se elogia a una persona o institución por ignorancia, por no saber y confiar en versiones interesadas; y otras veces por complicidad o afinidad ideológica, con lo que esas personas o instituciones representan. Algunos de mis hijos y sobrinos cuando han visitado la Rural solo les parece curioso que el Pabellón enorme que da sobre la avenida Santa Fe tenga el nombre del tatarabuelo de ellos, que fuera presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA) durante el centenario, y el primer ministro de Agricultura de la Nación durante la presidencia del Gral. Roca. Pero más allá de ese conocimiento circunstancial y de cierto orgullo por su antepasado, no tienen idea del significado de esa institución. Así ocurre con muchos que cuando la visitan pareciera que el supuesto ruralismo y las exposiciones de objetos de artesanía criollos les insuflaran ingenuamente un aura de patriotismo, que poco tiene que ver con las realidades que surgen de la historia de esa sociedad, que no es precisamente un ejemplo que merezca ser admirado.

Por Alejandro Olmos Gaona para Argentina en Red


Es bien conocido cómo gran parte de sus fundadores y otros que continuaron al frente de la SRA, adquirieron enormes extensiones que fueron acrecentando al amparo de políticas que favorecieron el crecimiento de esas tierras que se fueron valorizando exponencialmente, mientras se producía en ellas el ganado que iría a enriquecer a un reducido grupo de familias. A eso debe sumarse, que obtenían créditos del Banco de la Nación en condiciones muy favorables, que refinanciaban permanentemente, y muchas veces nunca los pagaban. Esto lo pude verificar personalmente en una investigación que hice en los libros de actas del directorio del Banco durante la década del 30, donde se refinanciaban eternamente las hipotecas de los estancieros, muchos de ellos prominentes figuras de la SRA. Además tuve en mis manos la inhallable denuncia del Dr. Juan B. Justo, que siendo senador de la Nación, investigó y puso en evidencia que el destino de la mayor parte de los créditos que daba el banco iba destinado a los terratenientes. Mientras usufructuaban del dinero público, construían castillos en sus estancias, despilfarrando el dinero en Europa, mientras los que trabajan los campos, la peonada se le pagaba lo menos posible, y en algunos casos en condiciones de virtual esclavitud.


Domingo Faustino Sarmiento, en su obra Facundo, describió con crudeza a la oligarquía rural argentina, retratándola como una clase dominante impregnada de un “olor a bosta”, una metáfora que condensaba su desprecio por la rusticidad y el poder desmedido de los grandes propietarios de la tierra. Esta élite, según Sarmiento, encarnaba un atraso cultural y político que obstaculizaba el progreso de la nación, aferrándose a privilegios feudales en un país que buscaba modernizarse.

La SRA, emblema de esta oligarquía, ha sido históricamente un actor clave en la consolidación del poder terrateniente. Durante el siglo XX, su influencia se manifestó no solo en lo económico, sino también en lo político, apoyando activamente a regímenes autoritarios. Es conocido su desprecio por el presidente Hipólito Yrigoyen, y el apoyo al dictador Uriburu. También su rechazo al estatuto del peón de campo y al aguinaldo instrumentado en 1945.

En 1966, la SRA aplaudió el golpe de Estado que instauró la dictadura de Juan Carlos Onganía, celebrando un régimen que prometía orden y defensa de sus intereses. Años más tarde, en 1976, la entidad volvió a respaldar el golpe militar que llevó al poder a Jorge Rafael Videla, cuya dictadura dejó un saldo de miles de desaparecidos y una profunda crisis social. Estos apoyos reflejan cómo la oligarquía rural priorizó sus privilegios económicos por encima de los valores democráticos. También el presidente Alfonsín fue victima de una orquestada repulsa y chiflidos durante su asistencia a la Rural, mostrando la grosería de sectores que supuestamente se creen cultos, y son el exponente de grupos retrógrados que se creen privilegiados debido al poder económico que tienen.


La riqueza de los terratenientes argentinos, históricamente concentrada en la posesión de vastas extensiones de tierra, se consolidó durante el siglo XIX con el auge de las exportaciones agropecuarias, especialmente de carne y cereales. Haciendas que abarcaban miles de hectáreas, como las de los Anchorena o los Martínez de Hoz, Díaz Vélez y otros que generaron fortunas colosales, mientras los peones trabajaban en condiciones precarias.


En la actualidad, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), el 1% de los propietarios rurales concentra más del 40% de la tierra productiva, evidenciando una desigualdad estructural que persiste. Esta acumulación de riqueza no sólo se tradujo en poder económico, sino también en influencia política, permitiendo a la oligarquía moldear políticas públicas a su favor, desde exenciones impositivas hasta subsidios agrarios.


La culminación de los criterios tradicionales con los que se manejó la SRA, fue su apoyo irrestricto al gobierno de Menem, que la compensó regalándole prácticamente el predio por una suma inferior a cuatro veces su valor real, lo que dio lugar a un largo proceso penal.


Ayer nuevamente la SRA, ha mostrado sus sesgos ideológicos, y lo poco que le importa la Nación al vivar estruendosamente al presidente Milei, que mientras va a vetar el aumento de las magras jubilaciones, o los aportes a los discapacitados, les saca las retenciones a los más ricos. La SRA aplaude al que quiere destruir al Estado, al que no le interesa la ciencia, la tecnología, la salud y la educación del pueblo y que sólo privilegia a los que tienen poder, que son los que en definitiva lo sostienen.


La crítica de Sarmiento sigue resonando: la oligarquía terrateniente, con su “olor a bosta”, no solo representa una élite económica, sino un símbolo de resistencia al cambio y a la equidad en la Argentina contemporánea. La Argentina moderna no puede construirse ignorando esa historia. No puede haber justicia social sin justicia territorial. Y no puede haber democracia plena si quienes aplaudieron los crímenes más atroces de nuestra historia siguen sentándose en las mesas del poder sin haber rendido cuentas.


Estas líneas son un reducido ejemplo de lo que es la Sociedad Rural Argentina en realidad, más allá de los mentirosos discursos en favor del crecimiento y el desarrollo de la Argentina, que siempre los presidentes de ella exhiben en sus discursos.

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