Incesto, poder y persecución: Cuando el miedo a lo distinto se convierte en gobierno
La reciente ofensiva mediática contra la periodista Julia Mengolini, alimentada desde cuentas oficialistas que operan como granjas de trolls, expone con crudeza el deterioro del debate público en la Argentina actual. El presidente Javier Milei, lejos de respetar los límites institucionales de su cargo, impulsa una campaña de difamación basada en contenidos manipulados que buscan instalar la idea de que Mengolini sostuvo prácticas incestuosas. En realidad, lo que ella hizo —años antes de que Milei asumiera la presidencia— fue expresar públicamente, como tantas voces críticas, una preocupación extendida sobre la relación simbiótica entre el entonces economista mediático y su hermana, Karina Milei.
Por M. Daniela Fariña1 para Argentina en Red
La disparidad de poder entre ambos en aquel momento era inexistente. Mengolini se pronunció desde su rol como periodista sobre un personaje público sin cargos. Sin embargo, ahora, con Milei presidente, con años de gestión a cuestas y una creciente tendencia autoritaria, la “respuesta” se presenta como una venganza institucional: persecutoria, misógina y profundamente desproporcionada. Este uso del poder del Estado para saldar cuentas personales no solo es inmoral, sino también inconstitucional. Viola la división de poderes, atenta contra la libertad de prensa y promueve una violencia organizada contra quienes piensan distinto.
Lo más inquietante es que la relación entre Milei y su hermana no solo ha sido objeto de observación pública, sino que el propio presidente la exhibe como central en su vida política y emocional. Un episodio particularmente revelador ocurrió durante la visita oficial al Vaticano: en la misa de canonización de Mama Antula, la transmisión de Vatican News presentó a Karina Milei como “la esposa del presidente argentino”. Aunque el canal pidió disculpas y reconoció el error, el lapsus fue leído por muchos como un acto fallido, una expresión mágica de lo no dicho en el inconsciente colectivo. Aquello que no se puede nombrar a veces se filtra en los intersticios del lenguaje, y en este caso, desde una voz neutral y externa, se enunció lo que gran parte de la sociedad percibe simbólicamente: una relación de dependencia emocional y poder concentrado que replica los vínculos de pareja. No fue una invención ni una exageración: fue un síntoma. Un espejo.
Karina no solo es secretaria general de la Presidencia: regula la vida privada de Milei, filtra sus emociones, gestiona su entorno y opera como núcleo afectivo-político cerrado. La figura de Karina funciona como el cerco simbólico que aísla al presidente del resto del mundo. El problema, entonces, no es una insinuación periodística, sino una relación tóxica instalada en el centro mismo del poder estatal, con consecuencias simbólicas, institucionales y democráticas.

Este uso del poder del Estado para saldar cuentas personales no solo es inmoral, sino también inconstitucional. Viola la división de poderes, atenta contra la libertad de prensa y promueve una violencia organizada contra quienes piensan distinto.
Esto nos obliga a ir más allá del caso individual y revisar el fenómeno en clave histórica y cultural. El incesto no es un “tabú” en el sentido tradicional. No es una conducta sancionada únicamente por costumbres morales: tiene bases biológicas, sociales y evolutivas. El tabú, en términos antropológicos, implica una prohibición cargada de mito. Pero el incesto no se basa sólo en narraciones culturales: está documentado como una amenaza real a la diversidad genética, a la salud de las poblaciones y al equilibrio social. Es la consecuencia extrema de la endogamia: el cierre completo de un grupo sobre sí mismo para evitar el contacto con lo distinto. Sus consecuencias nocivas están comprobadas en otros mamíferos también.
A lo largo de la historia, las élites concentradas han usado el incesto como estrategia para conservar poder. Desde las dinastías egipcias hasta las casas reales europeas, el encierro genealógico evitaba alianzas externas que pudieran poner en riesgo el control de tierras, apellidos o herencias. Pero ese aislamiento produce deformaciones, no solo genéticas, sino simbólicas. Pierde el mundo cuando se cierran los vínculos. Pierde la especie cuando se frena la mezcla, el mestizaje, la evolución.

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El incesto, entonces, no es sólo un tema privado: es un síntoma político cuando aparece en las estructuras de poder. Es el espejo de una lógica paranoica que ve al otro como enemigo. Es una enfermedad de la socialización que termina generando figuras autorreferenciales, incapaces de construir con otres. Es involución. No hay allí tabú, hay biología, historia, sociología, y una advertencia clara: el encierro absoluto, emocional o político, deriva en autoritarismo.
La pedofilia no es una orientación sexual: es esclavitud. El incesto no es una forma alternativa de vincularse: es una expresión de miedo a perder el control, de encierro familiar como estrategia de conservación frente al mundo. En ello se enferma la dialéctica evolutiva, en ello se pierde la capacidad de crear lo nuevo.
Mientras se cierran los accesos a la información crítica, mientras se censura y se persigue, lo que se pierde no es sólo el derecho a hablar, sino la posibilidad de evolucionar como sociedad. Ganar poder no debería implicar retroceder a los miedos atávicos de clanes que no confían en nadie más que en sí mismos. En eso radica la verdadera enfermedad: la incapacidad de crear con otres, de amar sin someter, de gobernar sin odiar.
Mengolini no necesita defenderse desde ese lugar. Su trayectoria demuestra apertura, conexión con lo social, construcción de redes. No hay en ella signos de endogamia ni de encierro. Por el contrario: su exposición pública es coherente con sus vínculos y su ejercicio del periodismo. En cambio, en el presidente Milei asoma una lógica infantil de apego cerrado que lo inhabilita emocionalmente para gobernar. Porque gobernar, en el fondo, es abrirse al otro, al riesgo de lo diferente, a la construcción común. Y eso no se aprende en una familia encerrada en sí misma.

Periodista Julia Mengolini

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- M. Daniela Fariña es Especialista en Comunicación Convergente ↩︎