El Supremacismo, la verdadera casta

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Por Francisco Ramos1 para Argentina en Red

¿Cómo piensan, sienten y actúan los supremacistas? ¿Cuál es el mecanismo mental del razonamiento histórico de quienes se autoperciben superiores “en todo”? ¿Qué disvalores (inhumanos, por otra parte) sostienen aquéllos que consideran a otros (etnias, clases, sectores, religiones, géneros y/o enfermos) inferiores a ellos, no humanos, sin derechos, una carga molesta que no merece vivir? Y ¿cómo, ese pensamiento discriminador que rige su percepción, se traduce en cada actitud y comentario de la vida cotidiana?

Para empezar, podemos hablar del “patriarcado” como sistema de dominación de los hombres sobre las mujeres y de aquellos más “fuertes” sobre los más débiles, como una ley de la selva, o sea, de supervivencia del más depredador o más apto. Desde la prehistoria hasta nuestros días, el patriarcado se sostiene en la base del pensamiento-acción de los poderes minoritarios dominantes sobre los sectores populares mayoritarios, con distintos argumentos supremacistas: la fuerza bruta, invasión y conquista de una tribu sobre otra, o de unos pueblos sobre otros; amos sobre esclavos; herencias de familias “nobles” con privilegios de sangre y títulos feudales (los que imponen o impusieron su condición y riquezas sobre siervos y vasallos, y que controlaron el acceso a la cultura, bibliotecas, lectura y estudio, reservado a los sectores eclesiásticos hombres).

Con la Revolución industrial en Inglaterra y la aparición del capitalismo y los Estados burgueses, las nuevas clases dominantes hegemonizadas siempre por varones, sumaron a sus tierras mal habidas y siervos, fábricas y obreros, otra forma de multiplicar sus enormes ganancias, siempre con el esfuerzo ajeno. Ese patriarcado, ahora capitalista, pero siempre parásito y dependiente del trabajo de otros, se convertía además de terrateniente, en empresario, prestamista y banquero, para diversificar sus actividades extractivistas de riqueza. Un proceso de acumulación y concentración exponencial que devino en un norte de sometimiento imperial sobre las naciones del sur global destinadas al sacrificio en beneficio de ese norte occidental depredador y supremacista. Con ese mismo pensamiento superior arrasaron África y América durante siglos, sus minerales, su mano de obra, sus culturas, su dignidad. Pero algunas rebeliones en el siglo XX tomaron forma e hicieron temblar a medio mundo, hartos de tanta opresión. Así surgieron revoluciones con ideales de equidad y solidaridad que la planificación socialista hizo realidad, enfrentando no sólo a las injusticias sino a ese pensamiento superior hegemónico que dominó las relaciones humanas y su base cultural.

Algunas experiencias socialistas se cayeron por asedio externo y vicios internos, otras resisten y mutan en sistemas mixtos publico-privados, pero manteniendo una planificación estatal centralizada.

En síntesis, aquel supremacismo sostenido por las cartassuperiores“, basado en la destrucción de pueblos enteros considerados inferiores y del ambiente planetario, ya no es tan único, hegemónico y supremo, porque se ha demostrado en varios intentos y sistemas colectivos en desarrollo, que es posible un desarrollo con justicia social, sin semejante desigualdad y considerando valores humanos de cooperación por sobre la competencia salvaje del más fuerte.

Por eso su enemigo sigue siendo el socialismo, aunque la Unión Soviética haya desaparecido hace décadas. Le tienen terror al ejemplo de las ideas que ponen en peligro su razonamiento indigno de una superioridad sin ninguna base científica ni ética, qué a través de la discriminación somete a las mujeres, a los pueblos y al planeta con un solo objetivo: ser cada día más obscenamente ricos sin importarles absolutamente nada el costo humano del mismo. Un costo que no sólo es una consecuencia directa sino cada vez más, el medio para sostener y aumentar la supremacía de esa élite mundial, que no duda, por ejemplo, en masacrar al heroico pueblo palestino, a plena luz y en directo, sin escrúpulo alguno.

Este patriarcado supremacista ya no es tan invisible gracias a la lucha feminista que le ha sumado a la lucha contra la opresión de clase, la anti sumisión de género, abuso existente desde el principio de los tiempos y la revaloración de la cosmovisión de los pueblos ancestrales, del respeto a la tierra y la naturaleza.

Por eso el socialismo del siglo XXI no puede ser sino feminista, antipatriarcal y ecologista, y por supuesto anticapitalista, antimperialista y continental, ¡para lograr una íntima colaboración de los pueblos indoamericanos, en el horizonte de una Patria Grande, Unida y Socialista!

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  1. Francisco Ramos, nacido en Capital Federalmilitante político, social y por los DDHH. Comenzó a los 20 años activando en Vanguardia Comunista desde 1982 y como delegado sindical del gremio telefónico por 10 años. Fue perseguido, secuestrado y torturado durante el menemismo, pasando por varias agrupaciones políticas hasta identificarse con el pensamiento de la Izquierda Nacional, por un socialismo criollo y sanmartiniano. Cofundador de los Cursos de Revisionismo Histórico junto a su Director, Fernando Maurente desde 2014. Responsable editor de la 4a época del periódico Lucha Obrera del Socialismo Sanmartiniano de la Izquierda Nacional, y premio José Martí a la trayectoria militante en el año 2018, otorgado por el Centro Cultural Azucena Villaflor. Miembro desde 2015 de la histórica Asamblea Popular Plaza Dorrego de San Telmo (formada en la rebelión popular del 2001), y en los últimos años también participa en la Comisión del ex Centro Clandestino Club Atlético, que funcionó en el mismo barrio. Es militante de la causa palestina, y formó parte de la 6a y 7a Marcha por la Soberanía a Lago Escondido, representando a la Izquierda Nacional y el Frente por la Soberanía Nacional FSN. ↩︎ ↩︎

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