Comunicar en tiempos de control: plataformas, algoritmos y Soberanía informativa

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Cómo repensar la comunicación en tiempos de algoritmos y plataformas: nuevas tecnologías y la disputa por la palabra

Por Daniela Fariña1 para Argentina en Red

¿Qué nos aporta el concepto de hipermediación para repensar la comunicación hoy? ¿Y cómo interpretamos, más de diez años después, aquel vaticinado “fin de los medios”?

En lugar de una usurpación disruptiva de los nuevos formatos, lo que ocurrió fue una transformación estructural del ecosistema mediático. Tal como propone Carlos Scolari, la hipermediación permite comprender esa metamorfosis: los medios no desaparecieron, mutaron. Cambiaron los soportes, sí, pero también las formas de producir, circular y consumir sentido. Y, sobre todo, cambiaron nuestras formas de percibir el mundo.

Jesús Martín-Barbero lo llamó sensorium: ese entramado sensorial, biológico e histórico que estructura nuestras maneras de estar en el mundo. Hoy ese sensorium está en plena reprogramación: la percepción se acelera, se virtualiza, se digitaliza. Las plataformas ya no son solo entornos de comunicación, sino dispositivos técnicos y sociales que alteran lo que decimos, cómo lo decimos y a quiénes llegamos.

En este marco, Henry Jenkins aportó una mirada fundamental al comprender que la tecnología no es neutral: es un fenómeno profundamente cultural. Las plataformas no son simples herramientas. Son estructuras vivas donde se anudan poder, mercado, subjetividad y deseo.

Algoritmos, cultura digital y hegemonía

Abordar la comunicación desde una perspectiva tecnocéntrica hoy resulta insuficiente. Necesitamos pensarla como una ecología diversa, como un entramado de discursos, emociones, algoritmos y flujos de atención. Aquí, la epistemología de la complejidad (con autores como Edgar Morin o Rolando García) aporta una caja de herramientas vital: lo técnico, lo simbólico, lo afectivo y lo biológico no están separados. Conviven y se afectan mutuamente. Estos pensadores aportan a salirse de binarismos reduccionistas a la hora de estudiar el fenómeno, y nos permiten relacionar disciplinas que si se miran por separado nos arrojan inexactitudes.  

Las hipermediaciones atraviesan todo: lo mediático, lo pedagógico, lo político, lo emocional. En este presente, hablar de comunicación es hablar también de capitalismo de plataformas, de captura de datos, de monetización del tiempo y de explotación de la atención. Como advierte Van Dijck, no solo habitamos una sociedad tecnológica, sino que nuestras relaciones humanas han sido reconfiguradas por arquitecturas codificadas.

Esta transformación trajo consigo una mutación profunda del régimen comunicacional: pasamos del broadcasting a la socialidad programada por plataformas. Aquella promesa democratizadora que surgió con el auge de las redes sociales se fue desdibujando hasta derivar en un escenario marcado por la censura algorítmica, la opacidad y la concentración inédita del poder mediador.

¿Quién decide qué se dice (y quién puede decirlo)?

Hoy, ya no son únicamente los medios tradicionales los que filtran el discurso. Son algoritmos diseñados por corporaciones transnacionales los que jerarquizan, moderan y silencian. En este sentido, el debate sobre la hegemonía, tal como lo analizan Gramsci y Laclau, cobra actualidad. Mientras el primero pensaba la hegemonía como construcción de consensos entre clases, el segundo la entiende como disputa simbólica en el campo discursivo. Hoy, esa disputa se da en el terreno del código.

Además, esta transición erosiona principios clave, como la neutralidad de la red, que alguna vez prometió un Internet libre, abierto e igualitario. Lo que vemos, en cambio, es un entorno digital jerarquizado, donde la visibilidad depende de cuánto se paga o cuánto se adapta un contenido a los intereses comerciales.

Expresarse, en este marco, no garantiza ser escuchado. El derecho a la expresión se convierte en el derecho a existir discursivamente. Y ese derecho hoy está condicionado por arquitecturas técnicas que silencian sin necesidad de censura explícita, que jerarquizan sin responsabilidad pública. La libertad de expresión se disputa en el código. LA NEUTRALIDAD DE LA RED ES UNA URGENCIA. 

Plataformización, tecnofeudalismo y futuro posible

En paralelo, se naturaliza la concentración de poder en manos de un puñado de empresas tecnológicas—como Nvidia, OpenAI o Microsoft—con vínculos crecientes con aparatos de inteligencia estatal estadounidense. Algunos ya hablan de un nuevo régimen tecnofeudal: un escenario en el que la vida cotidiana es digitalizada, rentabilizada y gobernada por estructuras opacas. El globalismo y el crimen organizado podrían trazar sus cadenas si no reclamamos el desarrollo de la inteligencia humana para el fortalecimiento de las democracias. 

Ante esto, como generación de transición, tenemos una responsabilidad ética e histórica: no solo denunciar estas lógicas de concentración, sino también imaginar y construir alternativas. Desde una ciudadanía crítica, organizada y empoderada, debemos reapropiarnos de lo digital para habitarlo de forma más justa, transparente y emancipadora.

Inspirarse en figuras como J. Robert Oppenheimer—quien tras participar en la creación de la bomba atómica abogó por una ciencia regulada al servicio de la humanidad—nos recuerda que no toda innovación técnica es deseable, y que el conocimiento debe estar atravesado por valores. También, aportando pedagogía a la comprensión de la comunicación, el latinoamericano Paulo Freire nos enseñó que nombrar el mundo es el primer paso para transformarlo, y que la palabra es, en esencia, un acto de libertad.

¿Y ahora qué hacemos con todo esto?

La universalización del conocimiento, la inteligencia colectiva y la ética del cuidado pueden habilitar un horizonte más humano.

Dentro de diez años, podríamos estar enfrentando una nueva forma de esclavitud digital, invisible pero cruel. O podríamos estar reconstruyendo nuestros vínculos —entre personas, con la naturaleza, con el conocimiento— desde una comunicación más libre, más solidaria y más transformadora. Aún mejor, dentro de diez años podríamos haber reforestado desiertos de desidia, descontaminado aguas llenas de desidia, reorganizado las manos de la desidia para que reparen, y podríamos así matar a la desidia y que la resiliencia sea un camino de disculpas sembradas con el pasado, comiendo paz de cosecha sobre el futuro.

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  1. Estudié la Especialización en Comunicación Convergente en el ISER. Actualmente, curso la Maestría en Periodismo y Medios de Comunicación en la Universidad Nacional de La Plata. En ese recorrido, los conceptos sobre tecnología y cultura digital volvieron a interpelarme. Esta nota nace como parte de un trabajo académico que decidí transformar en artículo, con el deseo de aportar algunas perspectivas al debate actual sobre el ecosistema comunicacional, sus mutaciones y los desafíos que enfrentamos como generación de transición. ↩︎
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